Qué viejo me hago, y qué irritante esa sensación de no haber exprimido lo suficiente todos esos años que marca el calendario. ¿Realidad? ¿Nostalgia? ¿Crisis de los 30?.
Sea como fuere, ante tal evidencia va surgiendo, a modo de remiendo, una imperiosa necesidad de ir purgando ciertas actitudes aborrecibles e ir incorporando otras más enriquecedoras: si envejecemos, al menos que sea para convertirnos en un pureta que valga la pena, en virtud de lo cual les expongo mi meta para esta semana: Quejarnos menos. Y a ser posible, vivir sin quejarnos. Valoremos todo aquello que se nos da.
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