Mi única patria es mi infancia. Es el lugar al que pertenecemos y del que nunca nos podremos desapegar. Un terreno común a todos, pero distinto en el recuerdo de cada uno.
Todo lo que viví cuando era chico lo recuerdo magnífico y rebosante de felicidad. Era la etapa de mi vida en la que todo me asombra, creía en la magia, flotaba con ilusión y nunca nunca sospechaba. Me parecía perfectamente normal que mis padres se pasaran el día trabajando de sol a sol, para ganarse la vida, mientras que ratones me dejaban dinero bajo la almohada a cambio de un poco de calcio láctico ensangrentado.
También recuerdo que había unos señores que altruistamente dejaban una vez al año regalillos en el salón, y me obligaban a ir a la cama para no encontrármelos en faena. Siempre me extrañaba que luego los mismos hombres, tan tímidos para unas cosas, se pasearan con toda ostentación en lujosas cabalgatas a lomos de camellos del oriente. Hasta en los hipermercados te los encontrabas, que tíos.
Ahora miro atras y nada es como parecía. El parque donde crecí me resulta demasiado pequeño, Indiana Jones probablemente no sea una película tan redonda como me pareció en su día, y problablemente Jarabe de Palo no sea un gran grupo, pero en mi memoria está grabado otro mensaje, que siento tan real como los dineros que aparecían debajo de mi almohada:
El parque es enorme y está lleno de peligros que merecían la pena explorar.
Indiana Jones es la trilogía definitiva de acción, y el Dr. Jones el mejor héroe que ha existido.
Jarabe de Palo es un grupazo.
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